Pequeñas palabras

Estiró los dedos de sus manos pequeñas y los hizo crujir luego, haciendo un seco sonido que se enredó con la música pop que sonaba en la radio, en Los 40 Principales. Con los ojos fijos en el coche que había delante de ellos, su padre estaba tarareando la canción de mala manera, pero de un buen humor que parecía no armonizar con sus pensamientos.

¿Por qué estás tan alegre? preguntó entonces, un poco molesto, el hijo, ajustándose las gafas por enésima vez en un gesto inconsciente. En su reproche había un tono acusador, tal vez porque sabía realmente el motivo de su felicidad.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Rutina

Te levantas y, como cada día, haces lo mismo.

Lo primero es el mohín con el que apartas las sábanas pensando que hace frío. Siempre piensas que hace frío, pero es normal porque estás en Noviembre. Hace frío. Aprietas los ojos sin ganas mientras te tambaleas hacia el baño, enciendes la luz y los entreabres ligeramente para no cegarte con la luz tras esas horas de dulce penumbra. Te ciegas igualmente y eso provoca otro quejido.

Siempre vas como un zombi hasta el retrete y es ahí cuando parece que te empiezas a despertar algo, al menos eres consciente de que te espera el mundo real (cuando quieres serlo, vamos). Vas al lavamanos y, al igual que siempre, te miras al espejo antes de lavarte.

Eso es lo que cambia a veces, la cara. A veces tienes un grano. Otras veces te preguntas: “¿Qué son estas ojeras tan horribles?”. Los días en que te levantas con el pelo hacia los lados te giras para no verte y luego vuelves a mirar como si pensaras que la imagen fuera a cambiar. No cambia.

Y así día tras día. Vestirse (a toda leche porque te quedas mirando a la nada abrazándote como esperando que el frío se vaya por iniciativa propia de tu cuerpo), estirar la cama, buscar algo para desayunar, volver a peinarte, brillo de labios para que no se te corten (aunque te iría mejor un cacao). Entonces sales de casa a toda pastilla, porque vas a llegar tarde.

Esa es tu rutina. Aunque luego está él.

Él a veces hace cosas. Cosas que te hacen mirarle, cosas que no entran en tu rutina. Cosas divertidas a las que te apuntarías (mejor dicho, ¿por qué no te has apuntado ya?). Todo el mundo dice que lo hace para llamar la atención, aunque tú piensas que es idiota, y que es genial, y que te gustaría hacer todo eso. Quién sabe, a lo mejor a ti también te gusta llamar la atención (que la llamas).

Él no va a tu clase. No va tampoco a tu curso. Es mayor que tú y sin embargo es todo un crío, como tú. Aunque ahí se terminan los parecidos, porque a él se le dan mejor otras materias, tiene muchos amigos, es muy extrovertido, cosas que no tienen que ver contigo.

Él, que rompe tu rutina a veces porque vive cerca de ti y coincidís en alguna ocasión por el camino. En realidad os parecéis bastante.

Hoy hace frío y eres fiel a tu rutina. Te levantas, ese mohín, ojos cerrados, la luz te ciega, retrete, te miras en el espejo (oh, los ojos rojos), tuerces la boca, te lavas la cara, tardas en vestirte porque tienes frío, corres con el desayuno en la mano y sales de casa.

Hoy va a romper tu rutina más que de costumbre. Chocas con él al abrir la puerta, y él se sonroja y dice con voz sarcástica (¿disimulas, vecino?) que ha venido a buscar a su “vecinita”. ¡Cómo te molesta que te llame así! Le ignoras y calientas con tu aliento las manos, que están heladas pese a que llevas puestos los guantes. Tus mejillas se sonrojan como las de él, pero eso es el frío (también tu nariz se pone roja, y ahora él te llama Rudolph).

El camino rutinario hacia el colegio tiene ya tus huellas. Casi podrías pisar exactamente en el mismo sitio que ayer, y antes de ayer, y el día anterior… das una pequeña patada a la nieve pero te resbalas y él se ríe de ti y te coge y tú maldices y te vengas poniéndole tu mochila en los brazos. Menos peso para ti. ¿Qué más te dan sus quejidos?

Aunque él nunca hace estas cosas, hoy te coge la mano. No hay nadie por el camino y aunque a él no le gusta cogerte la mano, te la coge.

Te apartas bruscamente y frunces el ceño mucho, mucho, hasta que tus cejas parecen cubrir tus ojos. ¡Sabe que esas cosas te dan muchísima vergüenza! Da igual que lo haga por fastidiarte o porque realmente quiere, la falta es la misma.

Seguís el camino en silencio, hacia el colegio, otro día más, y te das cuenta de que de nuevo ha roto tu rutina.

Y eso te gusta.

2 comentarios:

  1. No sé muy bien por qué, no me siento casi nada identificada, pero me ha calentado por dentro. Gracias^^

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  2. Gracias por tu comentario =) /años más tarde, no tengo perdón.

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